domingo, 8 de enero de 2017

Inmigración: you ain't seen nothing yet

Dos son, en mi opinión, los momentos trascendentales en el proceso de construcción europeo que llevamos vividos en este siglo XXI.

En el plano económico, creo que no puede haber muchas dudas que uno de ellos sea  el famoso "whatever it takes" de Mario Draghi en verano de 2012, cuando, con esas simples palabras, el banquero central italiano consiguió marcar un punto de inflexión en la crisis soberana europea que llevaba convulsionando durante años las economías del continente...



Sobre el otro quizá haya menos acuerdo...yo propongo la decisión de la canciller Angela Merkel de abrir las puertas de su país a una avalancha de refugiados en plena crisis migratoria del verano de 2015, enarbolando la willkommenskulture, una medida, en mi opinión, de un calado enorme cuya importancia histórica se irá amplificando con el paso del tiempo.




Sí, es cierto, desde entonces Merkel ha tenido que rectificar, y Alemania ya no acoge con los brazos abiertos a los inmigrantes, de hecho ahora en la estela del reciente atentado de Berlín, la Canciller ha endurecido su discurso y sus políticas para hacer frente a las críticas tanto desde la extrema derecha como desde sus propias filas en la CDU.

Pero eso no empaña el hecho de que, en los últimos 18 meses, la sociedad alemana ha acogido en su seno cerca de un millón y medio de inmigrantes, y el Estado y las instituciones de aquel país están haciendo un esfuerzo muy grande por integrarles y por darles unas condiciones de vida dignas, mientras que en el resto de Europa se ha mirado para otro lado o se ha acogido unos pocos cientos de refugiados en el mejor de los casos.

Y eso ha sido posible por el liderazgo y la determinación de esta mujer, que como decía Emmanuel Macron recientemente, "salvó la dignidad de Europa", un elogio doblemente valioso viniendo de un político francés. No es extraño pues, que tras el Brexit, Trump, y con una Francia débil, a Merkel se le haya endosado el liderazgo moral del mundo libre occidental.

Frente a las amenazas del proteccionismo y el nacionalismo, pocos como ella son capaces de defender hoy día sociedades abiertas e inclusivas, democracia, libre mercado, y un proyecto común europeo.

Por eso nos jugamos tanto todos en las elecciones del próximo otoño en Alemania, y precisamente sus aspiraciones para ser reelegida para un cuarto mandato se ven debilitadas por esa política de acogida que la Canciller ha defendido estoicamente todo este tiempo. Lo cual es increíblemente relevante teniendo en cuenta que el fenómeno de la inmigración no va a desaparecer ni en los próximos meses, ni mucho menos en los próximos años.

Lo cual me lleva, tras todo este largo preámbulo, a la segunda de mis predicciones para el futuro próximo de Europa en este inicio de año:

Predicción #2: La inmigración desde África y Oriente Próximo a Europa, que en los últimos años ha protagonizado grandes oleadas migratorias producto de la guerra en Siria y la crisis de los refugiados, no sólo no remitirá, sino que aumentará en las próximas décadas de forma creciente hasta convertirse en un torrente imparable.

La explosión demográfica que están viviendo algunos de los países menos desarrollados, especialmente en el África subsahariana, está pasando inexplicablemente desapercibida a nuestra atención.

Según las predicciones de la ONU, una decena de naciones africanas multiplicarán por cinco o más su población durante este siglo. Nigeria pasará de 182 millones de habitantes, a 752, y se convertirá en el tercer país más poblado del planeta. Níger verá multiplicada por 10 su población, de 20 millones a 209.

Ahora bien, ¿están las economías de estos países preparadas para absorber un crecimiento exponencial de su fuerza laboral? La respuesta es claramente no. Hoy día se incorporan al mercado laboral de esos países subdesarrollados 1.1 millones nuevos trabajadores... cada mes! Y para 2030 está previsto que aumente a 1.7 millones al mes nuevos jóvenes en edad de trabajar en esos países.

Para hacerse una idea, China ha añadido 1 millón de nuevos trabajadores al mes durante los últimos 30 años en que ha funcionado como una locomotora industrial, es decir que estos países subdesarrollados, los más pobres del planeta, van a tener que crear empleos durante las próximas décadas a una tasa casi el doble de rápida que China experimentó durante uno de los más extraordinarios episodios de crecimiento económico nunca registrados. Sencillamente, imposible.

Si a ello le sumamos los efectos que el cambio climático va a ir generando en décadas venideras en las condiciones de vida y las economías de algunos de estos países, que están precisamente en zonas especialmente vulnerables, podemos vaticinar con un alto grado de probabilidades que los jóvenes de estos países van a comenzar a formar una marea humana incontenible hacia aquellas regiones donde existan más posibilidades de obtener sustento económico.

Eso sí que va a ser una crisis migratoria, y no lo que hemos experimentado estos años. No hace falta recalcar las consecuencias que un fenómeno así puede tener para la estabilidad de las sociedades occidentales.

Y ante esta bomba de relojería mundial, ¿qué hacer?

Descartados el pánico, o meter la cabeza en la arena para ignorar la amenaza, creo que hay dos aproximaciones para tratar con esta situación.

La primera tiene que ver con lo que comentaba de Angela Merkel y su cultura de bienvenida al extranjero. Porque se da la tremenda paradoja que esas mismas predicciones de la ONU vaticinan un auténtico colapso demográfico en Europa durante el resto del siglo XXI, con un descenso estimado de casi 100 millones de personas. España está previsto que pierda ocho millones de habitantes, y se quedaría al final del siglo en 38 millones.

De forma que, como dice Guillermo de la Dehesa, es bastante posible que dentro de unas décadas"nuestros nietos y bisnietos convivan en España con una población en la que más de un tercio serán extranjeros, en su mayoría africanos".

Ante esta situación podemos abrazar la cultura del miedo al otro y envolvernos en el populismo de "europa para los europeos", indignarnos mucho con cada atentado terrorista y construir un muro infranqueable para tratar de poner puertas al campo. O podemos asumir sacar lo mejor de nosotros mismos y empezar a pensar en mecanismos lo menos traumáticos posibles para integrar a estos migrantes en nuestras sociedades, no solo para estar en el lado correcto de la historia, como estuvo Merkel hace dos veranos, sino para ayudarnos a nosotros mismos en el largo plazo.

Porque los efectos de un descenso demográfico y de un envejecimiento poblacional tan dramáticos como los que va a vivir, está viviendo, Europa durante las próximas décadas, van a ser tremendos en el plano económico. Y la mejor forma de revertir esta situación es incorporando nuevos colectivos de población en edad de trabajar.

La segunda aproximación tiene que ver no tanto en cómo integrar a todas estas personas que van a venir en busca de un futuro, sino en mejorar las condiciones económicas de esos países de origen, para que la pulsión por dejarlo todo y emigrar por parte de estas personas sea menor.

Y aquí no se trata de apelar a la buena conciencia de las sociedades desarrolladas mediante la ayuda al tercer mundo. Se trata de utilizar de una forma más eficiente las vastísimas cantidades que se mueven en los mercados financieros.

Hoy en día, billones de dólares y euros de cientos de miles de ahorradores occidentales se mueven en los mercados en busca de una rentabilidad que se ha evaporado en buena parte en estos tiempos de tipos de interés negativos. Empresas, entidades financieras, fondos de inversión y pensiones, temerosos de invertir en activos considerados de mayor riesgo, mantienen sus enormes cantidades de dinero aparcadas en activos seguros pero por el que no obtienen rentabilidad, y así avanzamos poco a poco hacia el estancamiento secular y el desplome de la productividad.

La alternativa sería canalizar parte de ese ahorro hacia inversiones productivas de países emergentes y menos desarrollados, lo cual impulsaría enormemente el crecimiento de sus economías y las del planeta en su conjunto, al tiempo que elevaría la rentabilidad de los ahorros en el envejecido mundo desarrollado. Incentivar la inversión en capital en esos países menos desarrollados, en lugar de inversión en deuda, como hasta ahora, sería sin duda un primer paso muy razonable.



Soy plenamente consciente que todo esto puede sonar muy naif en estos tiempos que corren de nacionalismo y proteccionismo rampantes. Pero la realidad es que estos son los hechos.

No es una cuestión de opiniones ni de tomar partido por un bando u otro, la imparable transformación de nuestras sociedades como consecuencia de los cambios poblacionales que vamos a experimentar en las próximas décadas es un tema que, al igual que ocurre con otros desafíos como el cambio climático o la insostenibilidad del mantenimiento del poder adquisitivo de las pensiones públicas en el largo plazo, no es una cuestión cuya aproximación a la hora de tomar partido venga definida por la dicotomía izquierda-derecha, por la clase social, o por la distancia entre el centro y la periferia. Simplemente es cuestión de estar o no informado.
Feliz año!

No hay comentarios:

Publicar un comentario