Llevo varias semanas haciendo promoción del libro ¡Que
vienen los lobbies!, que me ha publicado Destino, y en las diversas entrevistas
con los medios de comunicación, una pregunta que se ha repetido constantemente
es ¿constituye la Plataforma de Afectados por la Hipoteca un lobby? ¿Ejerce Ada
Colau como lobista?
Que muchos se sorprendan ante mis respuestas positivas no es
más que un testimonio de la enorme confusión con que la gran mayoría de
ciudadanos abordan esta actividad, y que está detrás del motivo principal de mi
decisión de escribir un libro sobre la materia.
Los ciudadanos asocian lobby con poder económico, con las
grandes corporaciones del país, con el compadreo existente entre esas empresas
y los políticos. Y se les hace cuesta arriba identificar las actuaciones de la
PAH como las de un lobby.
Y sin embargo, lo que hacen Ada Colau y sus compañeros es
defender los intereses de un colectivo ante el poder, y tratar de influirlo y
de promover cambios legislativos de acuerdo con sus posiciones; para ello
llevan a cabo un conjunto de actividades, que incluyen el contacto directo con
los responsables públicos, acciones de movilización social, utilización de los
medios de comunicación, etc.
Es una campaña de presión en toda regla. Y es tan potente
que está sabiendo conectar con el pulso de la opinión pública y así modificar
en su propio beneficio la posición de los responsables públicos.
Pues resulta que, ni más ni menos, eso es precisamente en lo
que consiste el lobby. Los lobistas no
solo son grandes empresarios que se fuman un puro en el Palco del Bernabéu. El
lobby no es más que un instrumento de presión, de defensa de unos intereses
concretos ante el poder, y esos intereses pueden ser los de una gran empresa o
los de un conjunto de ONG, como las que acaban de conseguir la aprobación de un
nuevo marco internacional restrictivo de comercio de armas en la ONU, mediante
una potentísima campaña de lobby.
Por tanto no tenemos que mirar con recelo el calificativo de
lobistas para la PAH y organizaciones de corte similar. Es más, deberíamos
animar que surgieran muchas más iniciativas de ese tipo, para defender los
intereses más diversos.
Una de las pocas cosas buenas que nos está trayendo esta
dramática crisis es el fortalecimiento de la participación ciudadana en los
asuntos públicos.
Mientras en otros países los ciudadanos están acostumbrados
a formar asociaciones en defensa de los intereses más diversos, en España,
hasta hace bien poco, la mayoría de ciudadanos votábamos cada cuatro años y nos
desentendíamos de la política el resto del tiempo, salvo por algún
acontecimiento puntual y excepcional (11-M, Guerra de Irak, etc).
Pero tantos recortes, ajustes y tijeretazos a nuestro
bienestar están provocando que los ciudadanos poco a poco comiencen a moverse
en defensa de sus derechos. Jordi Sevilla afirma en el libro que en este país,
“si no haces política, te la hacen”.
El aumento de la participación ciudadana en los asuntos
públicos es por tanto algo que debemos celebrar como un perfeccionamiento de
nuestro sistema democrático. Y para fomentar esa participación, la mejor forma
es sin duda a través de canales que le permitan articular los contactos de una
manera transparente.
Por este, y por muchos otros motivos, es tan necesaria una
regulación, de una vez por todas, de la actividad de los lobbies en España.
Ojalá no desaprovechemos la oportunidad. Saldremos ganando todos, los
políticos, que verían reducida su distancia con los ciudadanos, y los
ciudadanos, que obtendrían así una herramienta de análisis del proceso de toma
de decisiones públicas.