lunes, 28 de septiembre de 2015

El factor humano

La reducción en el número de víctimas de tráfico en España ha sido espectacular en los últimos años.


Hemos pasado de casi 6.000 fallecidos en 1989 (con el aterrador promedio de 16 vidas segadas cada día del año) a poco más de mil cien en 2014 (tres al día).

Es sin duda motivo para alegrarnos, pero todavía muchas personas pierden la vida de forma trágica en las carreteras, y además, en los últimos dos años parece que hemos entrado en una meseta donde ya no conseguimos reducir más las víctimas.

La reducción tan significativa ha venido condicionada por una serie de factores: endurecimiento de las condiciones legales y sancionadoras, mayor vigilancia policial, un progreso en la concienciación ciudadana, y finalmente  una mejora sustancial del estado de las carreteras y de los dispositivos de seguridad que incorporan los vehículos.

Gracias a ello hemos conseguido ponernos al nivel de víctimas de tráfico que sufren otros países desarrollados de nuestro entorno. Y sin embargo, como digo, más de mil personas siguen acabando con su vida cada año dentro de un vehículo.

Eso en España, porque a nivel mundial las cifras son aún más espantosas. 1,2 millones de perdonas mueren en accidentes de tráfico cada año en todo el planeta. Por ponerlo en contexto, es como si 11 Boeing 747 con 300 pasajeros a bordo se estrellara cada día del año. Los 365 días del año. 11 aviones cada día.

Lógicamente, muchos de esos accidentes se dan en países en desarrollo, que todavía no han incorporado todas las medidas de seguridad que tenemos aquí, ni cuentan con carreteras con un firme en condiciones. Hay sin duda un margen enorme para reducir ese número de víctimas, conforme esos países poco a poco vayan dando los pasos que nosotros hemos sido capaces de dar en estos últimos años.

Pero al final, llega un momento en que nos encontramos contra un "muro", en el que por mucha prevención, sanción, concienciación, o medidas de seguridad, se hace verdaderamente complicado reducir más los accidentes.

¿Y esto por qué?  La razón es simple: somos seres humanos, y a veces nos despistamos, cometemos errores e imprudencias, atendemos una llamada o miramos un whatsapp, o buscamos las gafas en la guantera, o nos dormimos. Y se producen accidentes.

Pues bien, sucede que el avance tecnológico que está experimentando la industria automovilística en estos últimos años nos permite afrontar por primera vez la posibilidad de eliminar el factor humano de la ecuación, y reducir el número de víctimas mortales a 0.

¿Es esto realmente posible o es ciencia ficción?

Para responder a esta pregunta les dejo con Chris Urmson, de Google.




Cuando hablamos de la utilización de los avances tecnológicos en la conducción de automóviles, existen dos aproximaciones, una más gradual o incrementalista y otra más radical o revolucionaria. 

Esta segunda es la que representa Google, que está apostando claramente por vehículos inteligentes que eliminen la intervención humana en la conducción. ¿Cómo se define un vehículo inteligente? Aquel que es capaz de aprender y mejorar cada día de sus errores. Piensen que los vehículos de Google realizan cada día cientos de miles de kilómetros de conducción para ir puliendo sus defectos (porque todavía los tienen).  

¿Y cómo son capaces de aprender, si no son más que máquinas? Para responder a esta pregunta, recurro en esta ocasión a la explicación de Kenneth Cukier, editor de tecnología de The Economist:

"El aprendizaje automático es una rama de la inteligencia artificial, que en sí es una rama de la informática.La idea general es que en lugar de enseñar a un equipo algo, simplemente transferiremos datos al problema para decirle a la computadora que lo averigüe sola.  
En la década de 1950, había un científico de computación en IBM llamado Arthur Samuel al que le gustaba jugar a las damas, por eso escribió un programa para poder jugar contra la computadora. Jugó. Ganó. Jugó. Ganó. Jugó. Ganó, porque la computadora solo sabía lo que era un movimiento legal. Arthur Samuel sabía algo más. Arthur Samuel sabía estrategia. Así que escribió un pequeño subprograma operando en el fondo. Y todo lo que hizo fue anotar la probabilidad de que una configuración del tablero condujera a un tablero ganador frente a un tablero perdedor después de cada movimiento. Él jugó contra el equipo. Ganó. Jugó contra el equipo. Ganó. Jugó contra el equipo. Ganó. Y luego Arthur Samuel dejó que la computadora jugara sola. Juega sola. Y recoge más datos. Recoge más datos. Aumenta la precisión de su predicción. Y luego Arthur Samuel vuelve al equipo, juega y pierde. Y juega y pierde. Y juega y pierde. Y Arthur Samuel ha creado una máquina que supera su capacidad en una tarea que él enseñó. Y esta idea de aprendizaje automático irá a todas partes".

Lo cierto es que no es ciencia ficción, sino que estamos a punto de llegar al momento en que las máquinas serán infinitamente mejores al volante que el mejor conductor de la historia de la humanidad. No solo no cometerán nuestros errores habituales, porque no se duermen, ni buscan gafas en la guantera, ni miran el móvil, sino que serán capaces de prever contingencias en la carretera que nosotros no podemos evitar ni con nuestros cinco sentidos alerta.  

Ahora bien, la introducción de coches sin conductor no es simplemente una mejora tecnológica. Va a suponer una transformación revolucionaria en nuestra forma de vida y la configuración de nuestras sociedades, (¿dejaría de tener sentido poseer un coche en propiedad? ¿Permitirá una organización centralizada del tráfico y coordinada con los ordenadores de cada automóvil acabar con los atascos en las grandes ciudades?) con implicaciones estructurales en muchos órdenes de nuestra vida, no todas necesariamente positivas. Piensen en los millones de personas que se dedican al transporte de forma profesional en todo el planeta: taxistas, camioneros, etc. 

Tal transformación, por radical, implica por tanto doblar el brazo de poderosos intereses creados en distintos sectores de la actividad económica, por lo que algunos auguran que, aunque plausible, es más realista apostar primero por una solución gradual, en la que el factor humano no se reduzca al 100% en la conducción, pero sí que deje de tener un papel tan relevante, de forma que progresivamente vaya transfiriendo responsabilidades a las máquinas, hasta llegar, al cabo del tiempo, al mismo escenario: el de los coches sin conductor.

Esta aproximación es la denominada Assisted Driving, o Automated Driving. Muchas de cuyas características ya están incorporando progresivamente en los coches que se comercializan hoy en día. Pero que va a vivir una auténtica explosión en los próximos años. Como ha dicho la CEO de General Motors, Mary Barra, en su reciente visita a España, "veremos más cambios en la industria automovilística en los próximos cinco años que en los últimos 50". 

Un ejemplo que epitomiza esta tendencia es Tesla. El fabricante de vehículos californiano fundado por el visionario Elon Musk es famoso principalmente por su apuesta radical por los vehículos eléctricos, que está obligando a los fabricantes tradicionales a redoblar su apuesta por este tipo de vehículos y no quedar atrás. 

Pero lo que a veces queda oscurecido al hablar de Tesla es la utilización de la tecnología punta en el diseño de hasta el más mínimo detalle en la configuración de sus vehículos, coches verdaderamente conectados y que actualizan sus prestaciones como los sistemas operativos del Iphone. 




Consumer Report es una publicación no lucrativa que se dedica a revisar los modelos de los distintos fabricantes. Este verano causó revuelo su análisis del Tesda S P85D, ya que rompió la escala de medición al quedarse en 103 puntos sobre 100.   

¿Quiere esto decir que Tesla se dispone a a dominar esta industria en los próximos años, tal como ha hecho Apple en la telefonía móvil, donde acabó con poderosas empresas consolidadas como Nokia o Motorola? Está por ver, podría ocurrir, pero también pasar que la industria automovilística se ponga las pilas (y nunca mejor dicho) y responda al reto con una reinvención de sus estructuras y modelos que les permitan conservar el favor del público, si bien escándalos como los de Volkswagen de esta semana no invitan al optimismo. 

Tampoco hay que descartar que la propia Apple, o la mencionada Google, desarrollen vehículos propios, o al menos el sistema operativo con que funcionarán muchos de ellos, como ha hecho Google con Android en la telefonía móvil. O que incluso nuevos entrantes en esta competición consigan abrirse un hueco, como es el caso de Uber, que no sólo aspira a dinamitar el negocio de los taxistas, sino que está invirtiendo grandes sumas de dinero en I+D para desarrollar un modelo de vehículos sin conductor.

Quién dominará esta industria en las próximas décadas ahora mismo es difícil de prever, lo que es mucho más claro es que nos disponemos a vivir una transformación digital que dejará en un juego de niños la introducción de la telefonía móvil a finales de los 90.