miércoles, 13 de noviembre de 2013

Puertas giratorias

Acerca de las relaciones de los lobbies con los poderes públicos,  una de las cuestiones que aún no están resueltas de un modo satisfactorio es el desarrollo de una regulación que aborde el aspecto espinoso tema de los movimientos entre el sector público y el privado.
Y no me refiero solo a España, donde estos días ha sido noticia la polémica en torno a la propuesta de los principales bancos del país de nombrar presidente de la AEB, la patronal bancaria, a José María Roldán, hasta ahora director general de regulación del Banco de España.
Es que en EEUU, el país donde más lejos se ha avanzado en la regulación de la actividad del lobby, sigue habiendo polémicas recurrentes sobre el fluido trasiego que se produce entre la administración pública y la empresa privada.
Hoy, sin ir más lejos, el New York Times lleva una pieza sobre el asunto, en la que analiza el peligro que para una democracia sana supone que altos funcionarios encargados de velar por la supervisión de sectores relevantes de la economía del país terminen aceptando salarios de siete cifras en esas mismas compañías que debían monitorizar.

 
El diario neoyorquino menciona diversas medidas que se están considerando para hacer frente a este problema por parte de grupos defensores de los derechos ciudadanos, entre ellas, el incremento de los salarios de los altos funcionarios públicos hasta los 500.000 dólares anuales (frente a los 100.000 actuales) o instaurar la grabación obligatoria en podcasts de todas las reuniones entre responsables de la administración con los lobbies.
Algunos incluso van más allá, como Sheila Bair, la expresidenta de la agencia pública FDIC (Federal Deposit and Insurance Corporation) que ha denunciado, tras abandonar el cargo, las intensístimas presiones de que fue objeto por parte de las entidades financieras para que se incorporara, con puestos muy lucrativos en las filas de estas empresas, como una forma de moldear su predisposición a actuar desde su cargo contra los intereses de estas compañías.
Bair llega tan lejos como para proponer que directamente se prohíba de por vida la incorporación a la empresa privada a aquellos altos funcionarios que hayan detentado puestos ejecutivos en los organismos de supervisión, es decir, que el periodo de incompatibilidad no dure ni seis meses ni dos años, sino para siempre.
¿Quién querría entonces trabajar en la administración, aducen los críticos, si eso te cierra las puertas para volver al sector privado? Si los puestos ejecutivos de la administración están suficientemente remunerados, esa tentación de pasarse al sector privado es menor. Uno de los grandes motivos de la falta de talento de la clase política española es, como explico en mi libro “Que vienen los Lobbies” la pésima política retributiva, que ahuyenta a los mejores trabajadores de la administración.
¿Sí pero, la experiencia de trabajar en el sector privado y conocer los dos lados de la mesa negociadora no puede resultar un activo para un policymaker en su proceso de toma de decisiones públicas, que se perdería si le prohibimos su tránsito al otro lado?
Probablemente, y habría que ponerlo en la balanza respecto de lo que los ciudadanos pierden a consecuencia de la relación endogámica que genera para las empresas el movimiento de puertas giratorias.

Como vemos, es un tema abierto, que no tiene aún respuestas definitivas. Lo que me genera envidia de todo esto es que en EEUU, ya que no respuestas, al menos sí tienen preguntas. En España, donde a día de hoy seguimos sin regulación de ningún tipo sobre la actividad de los lobbies, este es un asunto que permanece bajo el radar de la opinión pública.