martes, 17 de septiembre de 2013

Ley de Transparencia: esperemos que haya segunda parte

El Pleno del Congreso de los Diputados aprobó la semana pasada, con los votos del PP, PNV, CiU y CC, y la oposición del resto de grupos, la ley de Transparencia, Acceso a la Información Pública y Buen Gobierno. Esta votación no culmina aún el larguísimo proceso de elaboración de un texto que se comenzó a redactar hace más de 18 meses, pues ahora el proyecto de ley pasa al Senado, donde todavía es posible que se modifique su contenido en el último minuto.

Y esperemos que sea así, pues la Ley de Transparencia se queda lejos de lo que la ciudadanía está demandando en el momento actual. Hace cinco años, este proyecto de ley hubiera sido considerado como revolucionario. Hoy, si tenemos en cuenta la situación de desapego y desafección ciudadana con la clase política y la evolución de las nuevas tecnologías, no es más que un tímido avance.


Puntos a favor
Pero tratemos de ser positivos. La ley va a introducir sin duda novedades que van a suponer una más que necesaria apertura de puertas y ventanas en un edificio público, el de las administraciones, dominado por un olor rancio a naftalina y oscuridad.

Por ejemplo, saludamos como una buena idea la creación del Consejo de Transparencia y Buen Gobierno, un organismo de naturaleza independiente que velará por el cumplimiento de los principios recogidos en la ley, y que presentará una memoria anual de su actividad ante el Congreso.

Es de agradecer igualmente que finalmente el texto legar vaya un paso más respecto del borrador inicial, y opte por obligar a las administraciones públicas a publicar los anteproyectos de ley cuando se soliciten los dictámenes a los órganos consultivos correspondientes, así como los reglamentos, las memorias y los informes que conforman los expedientes de elaboración de los textos normativos. En la mayoría de las ocasiones, los ministerios hurtan esos pasos intermedios del proceso legislativo a los ciudadanos, lo cual nos impide conocer los cambios que el proyecto legal va sufriendo conforme recibe las distintas presiones de unos y otros…

Es igualmente un elemento positivo la introducción del Código de Buen Gobierno en la Ley. Es verdad que no se introduce ninguna novedad en dichos preceptos respecto del código que en su día aprobó Jordi Sevilla en el Ministerio de Administraciones Públicas, pero la fuerza legal de su introducción en un texto legislativo constituye un paso adelante, y sin duda puede contribuir a que los altos cargos se lo piensen dos veces antes de incumplirlo. Es pasar de los principios morales a los legales.

Ojo también a las consecuencias de la incorporación al objeto de las obligaciones adicionales de transparencia de las sociedades mercantiles en cuyo capital social la participación, directa o indirecta, de las entidades públicas sea superior al 50 por 100. ¿Está, por ejemplo, Bankia preparada para cumplir con la transparencia exigida por al ley?

Mucho que mejorar
Pero si la ley es un soplo de aire fresco en muchos sentidos, de la lectura de su articulado uno se queda sobre todo con la frustración del que lee un libro y éste se termina en mitad de la trama. Porque son muchas las cosas que se podrían haber incluido para completar el proyecto.

La primera de todas ellas, la regulación de la actividad de los lobbies, prometida por el presidente del Gobierno en el Debate del Estado de la Nación. De momento lo único que tenemos es la creación de un grupo de trabajo, del que quien esto escribe forma parte, pero que, transcurridos varios meses desde su creación, tiene aún que celebrar su primera reunión de trabajo. 

Otros aspectos criticables de la Ley son el temor a la falta de independencia efectiva con que nace el mencionado Consejo de Transparencia (los precedentes de la reciente creación de la CNMC o autoridad fiscal independiente no invitan en absoluto al optimismo) o el hecho de que los aspectos concretos que conllevarían la verdadera capacidad transformadora de la ley en términos de transparencia se dejen para su posterior introducción en el desarrollo reglamentario de la ley, lo que introduce sin duda la posibilidad de que el texto legal se quede a la postre en un enunciado vacío de contenido, como tantas veces hemos visto en el pasado.


En resumen, que solo queda esperar (un poco más) y confiar en que la voluntad aperturista sea real y no de cara a la galería, y tras este estreno de la ley española en materia de transparencia, los ciudadanos podamos asistir a una esperada segunda parte, o hasta a una trilogía, ahora tan de moda. Que una reforma tan decisiva para el buen funcionamiento democrático quedara convertida en un maquillaje superficial supondría un mensaje nefasto para la sociedad española en un momento crucial de la evolución de nuestra vida política y como país.  

miércoles, 11 de septiembre de 2013

Diada



Entrando en aguas pantanosas con este post...

Me llama la atención que los organizadores de la Vía Catalana citan, como su principal objetivo de las movilizaciones de hoy, la toma de conciencia internacional sobre su reclamación por la recuperación de la independencia política que Cataluña perdió tras tomar Barcelona las fuerzas borbónicas el 11 de septiembre de 1714.

Y sin embargo, realmente, Cataluña no perdió su independencia política con la victoria de Felipe V en la Guerra de Sucesión. Sí tuvo que renunciar, efectivamente, dentro de las disposiciones del Decreto de Nueva Planta de 1716, a sus instituciones políticas más representativas (Generalitat, Cortes, Consell de Cent), a su autonomía fiscal, y al uso oficial de su lengua.

Porque Cataluña, al igual que Aragón, Valencia y Mallorca, eran territorios que disfrutaban de autonomía dentro de la corona española bajo el reino de los Austrias. Y que, a diferencia del País Vasco y Navarra, perdieron esa autonomía de resultas del conflicto militar que implicó a toda Europa al inicio del siglo XVIII (y que provocó, entre otras cosas, la pérdida de Gibraltar y Menorca a manos de los ingleses).

Pero si Cataluña se gestionaba con cierta autonomía hasta 1700, no era ni mucho menos un territorio independiente de la monarquía española. No formaba una entidad política independiente, y los monarcas de la casa Habsburgo ejercían su soberanía sobre todos los catalanes.

En los últimos 500 años, el único momento en que Cataluña ha constituido en efecto una entidad política independiente de España ha sido en la docena de años transcurrido entre 1640 y 1652. En otra entrada de este blog ya expliqué lo que ocurrió entonces.

De forma que, cuando los promotores de esta movilización en Cataluña aducen que apuestan por la independencia y por la recuperación de las libertades públicas de que disfrutaban los catalanes hace 300 años, me envuelve la duda, porque ambas cosas no son exactamente lo mismo.

Si lo que pretenden es conseguir la independencia (lo cual, por otro lado, es perfectamente legítimo) deberían al menos evitar el empleo del concepto "recuperar" para describir algo que nunca existió.

Si lo que pretenden es recuperar lo perdido a raíz de los sucesos de 1714, me parece muy bien, salvo por un pequeño detalle: ya lo han recuperado casi todo. Existe una Generalitat que se gestiona autómamente, unas cortes catalanas que son capaces de legislar las políticas que consideren apropiadas los representantes de la ciudadanía catalana, una ciudadanía que puede desenvolverse en su propia lengua para todos los actos de su vida cotidiana.

¿Qué es la única cosa perdida en 1714 y que los catalanes nunca han recuperado? La autonomía fiscal. ¿Ah, pero entonces, todo este asunto, es una cuestión de dinero? Acabáramos...

DISCLAIMER
Vaya por delante que defiendo un mejor encaje de los catalanes en el conjunto de España, uno en el que los catalanes se puedan sentir a gusto, y creo que es legítimo que aspiren a conseguir un modelo fiscal que sea más justo. La obligación del gobierno español y catalán es dialogar para tratar de obtener un modelo que sea justo tanto para los catalanes como para el conjunto de los españoles, y la mejor manera de resolver las dificultades es por la vía del diálogo. Poner pie en pared y negarse a discutir constituye por parte de Madrid la vía más rápida hacia la consecución de la independencia de Cataluña.

                                                            *******************


Una última cuestión: el siglo XVIII marca no solo el final de la autonomía catalana disfrutada con los Austrias, sino también el despegue de la prosperidad comercial catalana. Los Borbones obligaron a los catalanes a contribuir por vez primera con sus impuestos a la hacienda española, pero a cambio les abrieron las puertas a dos mercados decisivos y que hasta entonces tenían vedados: Castilla y América.