viernes, 13 de diciembre de 2013

"O Freunde, nicht diese Töne"

No entiendo muy bien cuál es la postura del Gobierno español con respecto al referendum anunciado por la Generalitat de Cataluña para el próximo otoño. La legalidad está de su parte, de eso no hay muchas dudas, pues la Constitución no ampara ese tipo de consultas unilaterales sobre la soberanía de un territorio del Estado.

Pero la experiencia histórica demuestra que poner pie en pared ante un desafío de este calado no suele ser la solución más inteligente, pues una cerrazón de Madrid lo único que va a conseguir es ganar más partidarios para la causa independentista en Cataluña.

Hay veces en que la legalidad no es suficiente. La batalla a favor o en contra de la pertenencia de Cataluña en España no debería jugarse en el Tribunal Constitucional, sino en el terreno de las ideas, de los sentimientos, de las personas, de la sociedad.

Y en ese sentido creo que el Gobierno español está haciendo muy poco por diluir el movimiento separatista. Podría fijarse en la estrategia asumida por su colega británico David Cameron, que ha permitido la consulta sobre la independencia de Escocia, encargándose eso sí de que la pregunta fuera exactamente la que él quería y no le fuera impuesta por los nacionalistas escoceses, y en lugar de demonizarles, ha intentado conquistar sus corazones con campañas públicas como la iniciativa Better Together.

En esas condiciones, las perspectivas de que en ese referendum salga el SÍ son realmente muy reducidas, como estiman quienes más saben de estas cosas. El hecho de que el referendum catalán se celebre después del previsible NO escocés es una de las pocas cosas reconfortantes para Mariano Rajoy de lo anunciado estas últimas horas por los partidos nacionalistas catalanes.

Y ya puestos a comparar el caso escocés con el catalán. Me llama la atención también que allí la adhesión a la causa independentista o el mantenimiento de la soberanía británica sean asumidos con toda naturalidad por las figuras públicas del país. En los últimos meses hemos visto a personalidades como Sean ConneryEmma Thomson declararse públicamente a favor y en contra, respectivamente, de ambos movimientos.

Aquí, en cambio, es muy raro ver a catalanes de amplio prestigio salir públicamente reconociendo que apoyan la independencia de Cataluña de España, o al revés, que están en contra de ella. Hemos visto algunos representantes del empresariado, José Manuel Lara o el presidente de Freixenet, probablemente más preocupados por la cartera que por la patria, mostrándose en contra.

Pero no recuerdo ver a ningún catalán de amplio prestigio público en esferas como los medios de comunicación, el entretenimiento, las letras, el deporte, la música (no doy nombres pero todos podemos pensar en unos cuantos) escribiendo públicamente un artículo en el que expliquen detalladamente las razones por las que están a favor o en contra de la causa separatista.  

Ya sé, significarse públicamente es un paso arriesgado, pues conlleva el tomar partido y ganarse el rechazo gratuito y la animadversión de muchos. Pero hay ocasiones, en las que hay tanto en juego, que la defensa de unas creencias debería estar por encima de consideraciones de ese tipo.

La historia nos muestra casos de intelectuales que se han atrevido a decir lo que pensaban, aun a costa de caer en desgracia con muchos de sus simpatizantes. Uno de ellos es Hermann Hesse. El escritor alemán era una celebridad en su país cuando, en medio del fervor de exaltación patriótica y euforia nacionalista alemana en los meses iniciales de la I Guerra Mundial,en 1914, publicó un artículo crítico, titulado "Oh, amigos, no con ese tono" en el que se desmarcaba abiertamente de la escalada retórica belicista de su pueblo, animaba a los intelectuales a no dejarse guiar por la locura nacionalista y el odio rampante, y apostaba por abrazar la construcción común de Europa con Francia.

Automáticamente, la figura de Hesse fue públicamente denigrada, se convirtió en objeto de durísimos ataques por parte de los medios de comunicación alemanes, y muchos de sus antiguos colegas le dieron la espalda. Si situación no mejoró tras el ascenso del nacionalsocialismo al poder en la década de los 30, cuando sus libros fueron prohibidos, y no fue hasta el final de la II Guerra Mundial cuando su país comenzó a otorgarle el reconocimiento que se merecía.

No obstante, en la mente de los alemanes ha quedado asociada a la figura de Hesse esa imagen de provocador, como atestigua la portada de Der Spiegel del año pasado, cuando se conmemoraban los 50 años de su muerte.


[Reduced image of the cover of DER SPIEGEL from August 6, 2012.  © DER SPIEGEL, 2012]

Concluyo parafraseando a Hesse: "si odias un país, es porque odias algo en ese país que forma parte de ti mismo. Lo que no forma parte de nosotros mismos no nos molesta".

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