lunes, 4 de febrero de 2013

Francia

Si un extraterrestre aterrizara de incógnito en Europa con la secreta misión de analizar el sistema de gobierno por el que se rigen los ciudadanos europeos, los equilibrios de poder, y las instituciones a través de las que se gobiernan los destinos del continente, es muy probable que al pobre alienígena le hubiera dado un síncope o hubiera pedido un traslado, dada la enorme complejidad del entramado burocrático de la Unión Europea.

Pero si hubiera perseverado, y dedicado el tiempo necesario a empezar a comprender los mecanismos de poder, no le habría hecho falta ser un extraterrestre muy perspicaz para darse cuenta de que la enorme crisis económica que atraviesa la Unión Europea está poniendo de manifiesto la irresistible e indisimulada supremacía de Alemania en el conjunto de países que forman la UE.

Los americanos, tradicionalmente, se han quejado siempre de no tener un único número de teléfono al que llamar cuando necesitan tratar un asunto urgente con los europeos, pero esa situación parece haber cambiado. En Berlín es, a ojos de todos, donde, en esta segunda década del siglo XXI, está situado ese teléfono, y su propietaria es la canciller alemana, Angela Merkel.  

Y sin embargo, ¿estamos completamente seguros de que esto es así a todos los niveles? Porque si ese alienígena hubiera mandado dicho informe a sus superiores, recomendando el exclusivo contacto con Berlín a la hora de tratar cuestiones europeas, probablemente estos días hubiera tenido que enviarles un anexo, al comprobar cómo otro país europeo, Francia, ha tomado la iniciativa internacional y ha liderado una operación militar en África, cosechando por el camino el apoyo de todo el planeta, y todo ello sin que Alemania haya dicho esta boca es mía.



Cuando Merkel habla los mercados se detienen y escuchan. Y al mismo tiempo, su país es una comparsa en el panorama geopolítico internacional; ya lo vimos el año pasado: cuando Francia y Reino Unido decidieron embarcar a una coalición de países para una intervención militar en Libia, Alemania se puso de perfil.

Son los problemas de analizar la política europea sin tener en cuenta la historia reciente, que, en el caso de estos países, juega un papel decisivo en la configuración de sus políticas exteriores. Porque puede ser cierto que Alemania es la locomotora económica europea, y que los deseos de Berlín son órdenes en las reuniones del Ecofin. Pero Alemania es una potencia económica castrada en su concepción de la política exterior y de defensa por los excepcionales acontecimientos vividos en ese país, y en todo el planeta, a mediados del siglo pasado.



Francia, mientras tanto, puede tener una economía que es una bomba de tiempo para el edificio institucional europeo, como la definía The Economist recientemente, y puede ser que la jibarización de la economía francesa haya convertido en un monopolio alemán el antiguo eje París Berlín. Y sin embargo, nuestro vecino del norte mantiene un perfil internacional y diplomático que no se corresponde con el tamaño de su economía.

¿Cuál es la explicación? Hay varias, en mi opinión. La primera de ellas tiene que ver con el carácter francés. En estos últimos 50 años, todos los ocupantes del Elíseo, del perfil político que fueran, han asumido con igual determinación los ideales de grandeur inculcados por el artífice de la V República, Charles De Gaulle.

Cuando el General asume el liderazgo tras la Guerra, el país se halla todavía en un estado colectivo de estrés post-traumático, a consecuencia de las horribles experiencias vividas en el conflicto. Francia era una nación  derrotada,  moralmente frágil y políticamente inestable. Y la respuesta del general fue envolverse en la bandera del nacionalismo y apelar a la excitación del orgullo patrio.

Francia podía estar derruida tras la guerra y necesitar los dólares americanos del Plan Marshall para sobrevivir, pero De Gaulle desempeñó en la escena internacional el papel de líder de gran potencia (aunque en la práctica ya no lo fuera) mediante gestos teatrales como el abandono temporal de la OTAN por su negativa a suspender las pruebas nucleares en el Pacífico. Francia ha sentido estas décadas la necesidad de compensar con una reafirmación de su propio status el complejo de impotencia de un país que otrora fuera un gran imperio internacional.



Ese espíritu ha anidado en el Elíseo desde hace décadas, incluso aunque sus ocupantes fueran dos personas tan distintas como aparentemente lo son Nicolas Sarkozy y  François Hollande (lo que ha tenido que rabiar Sarko, por cierto, al no haber sido él quien haya protagonizado ese momento "misión cumplida" a lo Bush experimentado por el lider socialista francés este fin de semana).

Un segundo factor tiene que ver con el hecho de que el mundo sigue estando regido por unas instituciones que se diseñaron tras II Guerra Mundial, cuando desde entonces muchas cosas han cambiado de forma radical. Así, algunos países vencidos en esa contienda sufren ahora una infrarrepresentación que no se corresponde con su peso actual. Es el caso de Japón y Alemania, segundo y tercer mayores contribuyentes a la financiación de la ONU en razón de su tamaño económico, respectivamente, y que sin embargo, no tienen un puesto permanente en el Consejo de Seguridad. Y en cambio Francia y Reino Unido, dos antiguas grandes potencias venidas a menos, mantienen derecho de veto en dicho Consejo, algo que no disfrutan ni aquellos países ni otras superpotencias emergentes como la India o Brasil.

Y un tercer factor está relacionado sin duda con el carácter de antigua potencia colonial de Francia. Los británicos habrían mostrado la misma determinación por llevar la iniciativa internacional en esta parte de África, pero si ha sido Francia la que ha tomado las riendas de este conflicto concreto en Malí, ello se debe a que el Magreb es una región para la que París fue su metrópoli hasta los años 60 del pasado siglo.

De hecho, estas operaciones militares en África, la de Libia del año pasado y especialmente ésta en Mali, están constituyendo una excepcional campaña de relaciones públicas gala, que puede servir para cerrar heridas históricas en la región, como el trauma de la sangrienta independencia de Argelia o el bochorno franco-británico en Suez.

Es decir, que, para no pillarse los dedos, además del de la cancillería en Berlín, casi mejor que nuestro extraterrestre incluyera en su informe los teléfonos de alguna capital europea más, como París o Londres.

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