lunes, 24 de septiembre de 2012

Un poco de Historia

En 1640, y por un periodo de 12 años, Cataluña fue independiente respecto a España. La secesión se produjo como consecuencia del descontento entre la población a la política del Conde Duque de Olivares, valido de Felipe IV.

Olivares vio claro que la potencia económica de España se estaba debilitando a marchas forzadas y la decadencia del imperio dominante el siglo anterior era evidente. Y esto era así porque los dos únicos ingresos recurrentes sustanciales de la Corona eran los impuestos que pagaba Castilla y la plata procedente de América.

El problema era que los castellanos ya no podían más, o mejor dicho, los agricultores castellanos, cuyas espaldas eran en la práctica quienes sostenían la Corona, ya no podían más, pues ni los nobles ni la Iglesia pagaban impuestos. (hay cosas que no cambian, ¿verdad?)

Y como las necesidades económicas eran colosales debido al gasto militar en Flandes y en la defensa del comercio transatlántico, y  además precisamente el comercio de la plata de Indias entró a partir de esta etapa en una contracción de la que ya no se recuperaría, el caso es que la situación de las finanzas españolas era tan desastrosa, que lo de ahora es un juego de niños comparado con aquello. (En 1621, el primer presupuesto de Felipe IV arrojó unos gastos de 8,2 millones de ducados; mientras tanto, los ingresos conjuntos de los años 1621-25 ascendieron a 5,8 millones de ducados. Es decir, el déficit anual era pavoroso; no es de extrañar que en 1627 la Corona suspendiera pagos, y 20 años después, en 1647, volviera a hacer default).

Ante esta situación, Olivares alumbró el proyecto de hacer corresponsables, al resto de territorios que componían el imperio, de su sustento, pues ni Cataluña, ni Aragón, ni Valencia, ni las provincias vascas, ni Portugal, ni Italia, ni Flandes ni las provincias de América contribuían con sus impuestos a la causa común.

Este fue el detonante de las revueltas que se vivieron en 1640 en Cataluña; los nobles catalanes en ningún caso estaban dispuestos a pagar impuestos, por lo que la carga, como en el caso de Castilla, hubiera terminado cayendo sobre la gente común. La situación se vio agravada además por el hecho de que desde 1635 España estaba en guerra con Francia y había un ejército de Felipe IV acantonado en sus tierras, lo que provocó escenas de pillaje y abusos que sirvieron de espita para la revuelta de els segadors contra las tropas del rey.

Barcelona fue rápidamente controlada por los revolucionarios y el virrey perseguido y asesinado mientras intentaba embarcar en un barco en la playa. Cataluña se declaró independiente y los intentos de Felipe IV por recuperarla fracasaron. Olivares fue defenestrado.

El problema es que, una vez independientes, los catalanes se dieron cuenta de que ya no contaban con la protección del ejército real en un momento en que el tablero de juego europeo estaba dominado por las ansias expansionistas de varias potencias, y peor aún, sus intereses comerciales se veían seriamente afectados, pues las galeras españolas dejaron de guarnecer las travesías de los comerciantes catalanes por el Mediterráneo, infestado de piratas berberiscos.

Así que los líderes catalanes, Pau Claris y Francesc de Tamarit, optaron por echarse en manos del principal enemigo de España, Francia, que aceptó proteger a Cataluña y sus intereses comerciales. El problema es que los catalanes fueron poco a poco comprobando que a Luis XIII y al cardenal Richelieu no les interesaba tanto proteger a Cataluña como aprovecharse de ella, pues utilizaron la cuña de Cataluña en la península Ibérica como punta de lanza de su presión sobre España, de forma que la población tuvo que soportar otro ejército invasor, pero este ahora de signo contrario. Nombraron un virrey francés, y encima, rápidamente los intereses comerciales franceses comenzaron a imponer su predominio sobre el comercio catalán, que perdió el control de algunos mercados.

La situación llegó a un punto en que, transcurridos 12 años, el descontento era tal entre los catalanes que finalmente a Felipe IV no le resultó difícil negociar con ellos su reincorporación a la corona española. Las tropas comandadas por Juan de Austria recuperaron el control de la región y el monarca de la casa Habsburgo fue lo suficientemente inteligente como para no imponer castigos a Cataluña, que vio respetados sus fueros y no sufrió ninguna merma en sus instituciones políticas (la Generalitat y el Consell de Cent).

Tampoco, por descontado, comenzó Cataluña a pagar impuestos a la Corona, que siguió su irreversible deterioro económico, hasta el fin de la dinastía con el sucesor de Felipe IV, Carlos II, y la llegada de los Borbones, mucho más centralizadores y menos dispuestos a tolerar un federalismo entre los distintos reinos del Imperio como el que había auspiciado la casa de Austria. El periodo secesionista de Cataluña se saldó, eso sí, con la pérdida del Rosellón catalán, que los franceses habían ocupado y ya no devolvieron.

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