domingo, 23 de diciembre de 2012

Corea

El avispero de Oriente Próximo no es el único gran desafío a que se enfrenta John Kerry, el elegido para sustituir a Hillary Clinton al frente de la diplomacia de EEUU por los próximos cuatro años; otro reto igual de importante es el de intentar avanzar hacia la resolución del último rescoldo de la Guerra Fría, situado en la península de Corea.

Tras la segunda guerra mundial, y como consecuencia de la polarización del planeta en dos grandes superpotencias antagónicas, varios países, que fueron escenario de batalla en el conflicto bélico, terminaron divididos en dos, una parte para cada respectiva área de influencia.  Ese tajo artificial a las fronteras de determinados países, decidida por EE.UU y la URSS a finales de los 40 ha sido, transcurrido el tiempo, subsanado en el caso de Alemania y de Vietnam. Pero aún sigue pendiente en Corea.

Preguntados por los mayores enfrentamientos bélicos del siglo XX, la gran mayoría de los ciudadanos sabría enumerar las dos grandes guerras mundiales, la guerra civil española, la de Irak de principios de los 90, y por supuesto, la icónica de Vietnam. Muchos, en cambio, probablemente no incluirían en esa lista la guerra de Corea, un conflicto olvidado para la opinión pública, a pesar de que causó más de dos millones de muertos y de que, transcurridos más de 62 años, aún sigue condicionando la vida diaria de los 75 millones de coreanos a ambos lados del fuertemente militarizado paralelo 38, la frontera artificial fijada en 1953 por estadounidenses y soviéticos para separar a ambos países, en un armisticio que hoy sigue vigente.



En el Norte, el novato e inexperto Kim Yong Un, nieto de Kim-Il Sung, el primer presidente de la república, que lanzó la invasión contra el sur el 25 de junio de 1950, ha querido, cuando se va a cumplir un año de su acceso al poder tras la muerte de su padre, el excéntrico Kim Yong Il, hacer una demostración de fuerza lanzando un misil de largo alcance y un satélite al espacio.

En el Sur, una mujer se acaba de alzar con el poder por primera vez en la historia coreana. Y sin embargo, poco tiene de hito feminista la llegada de la conservadora Park Geun-Hye, cuyo mayor mérito consiste en ser hija del militar Park Chung-Hee, que en 1971 dio un golpe de estado y gobernó con puño de hierro el país durante 17 años.

La llegada de Park, identificada por la prensa local como la Thatcher o la Merkel surcoreana, de 60 años, soltera y sin hijos, supone por tanto su retorno a un palacio presidencial que conoce bien desde niña. Se da la circunstancia que a la nueva presidenta le tocó ejercer como primera dama de su propio padre tras el asesinato de su madre por un grupo terrorista norcoreano, algo que sin duda condicionará las relaciones con su vecino del norte durante su mandato.

Y es que el paso de las décadas no solo no ha incrementado el ansia de reunificación de ambos países, sino que probablemente los ha ido separando poco a poco. En primer lugar, en el terreno económico, donde Corea del Sur ha protagonizado uno de los milagros económicos del último medio siglo, emulando a su vecino Japón en su apuesta por la economía de mercado, pero desde una óptica particular, encarnada en el modelo de los grandes conglomerados industriales que detentan todo el poder económico, los chaebols, y que han dado origen a auténticos imperios internacionales como Samsung, Hyundai o LG.

Corea del Sur está ya entre las 15 principales economías del planeta (está próxima a superar el tamaño de la economía española). Mientras, Corea del Norte permanece anclada en un modelo estalinista de economía planificada y autárquica, que ha condenado a sus habitantes a periódicas hambrunas y pobreza generalizada.  Su PIB en 2011 fue de 40.000 millones de dólares (por más de 1 Billón en Corea del Sur).


Pero las dificultades para el entendimiento entre ambos países no son solo económicas. A ese desafío ya se enfrentó Alemania, y aunque no sin dificultades, ha conseguido superarlo con éxito. El problema fundamental para una reunificación de las dos coreas ahora mismo sería, por encima de todo, político. Porque si ha dejado de existir la Unión Soviética, una de las dos grandes superpotencias que en 1953 fijaron sus distintas áreas de influencia en territorio coreano, otra gran superpotencia mundial de estos inicios del siglo XXI ha tomado el testigo: China.

El apoyo chino a Corea del Norte no es testimonial, y viene de lejos. De hecho, en la mencionada guerra de los 50, China fue el país con más bajas en el conflicto, 800.000, y la potencia militar china fue la que evitó que el General MacArthur se plantara en Pyongyang en su contraofensiva tras la invasión norcoreana del sur.

Todo ello, unido al cambio de liderazgo en el propio gigante chino, escenificado ya pero no efectivo hasta el próximo marzo, más el retorno al poder del conservador de línea dura Shinzo Abe en Japón, configuran un momento geopolítico repleto de incertidumbres en todo el sudeste asiático, y sin duda, una fuente potencial de grandes quebraderos de cabeza para Estados Unidos y para su flamante secretario de Estado.

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