viernes, 28 de diciembre de 2012

Japón

Ha pasado en España bastante desapercibida la llegada al poder de Shinzo Abe en Japón, recuperando para los conservadores un Gobierno que perdieron hace tan solo tres años y que habían mantenido desde el final de la segunda guerra mundial. Es lógico que la elección de un nuevo primer ministro japonés no haga parar las máquinas a ningún medio de aquí, teniendo en cuenta que Abe es el séptimo primer ministro japonés elegido en los últimos seis años. De hecho, ni siquiera es la primera vez que leemos esta noticia, puesto que Abe ya ejerció el cargo durante 12 meses entre 2006 y 2007.



Y sin embargo, habría que seguir muy de cerca lo que haga este hombre en los próximos meses, pues las consecuencias de sus actos se pueden sentir a lo largo y ancho de toda la economía mundial. ¿Y eso por qué? Pues resulta que Shinzo Abe ha llegado al poder con intención de realizar cambios muy radicales, que de salir adelante, podrían modificar por completo el panorama de la economía japonesa.

Por ejemplo, quizá hayan observado que el yen no ha dejado de caer desde que este hombre ha sido elegido primer ministro. De hecho, se encuentra en mínimos de los dos últimos años contra el dólar. Esto es así porque Abe ha dejado claro que quiere acabar de una vez con todas con la deflación que azota al país desde hace dos décadas, y para ello quiere poner un objetivo de inflación del 2% (Hace 15 años de la última vez que Japón tuvo una inflación tan alta como esa). Y también quiere insuflar aire a la economía japonesa con un programa de estímulo keynesiano de 100.000 millones de dólares.

Pero lo más importante y revolucionario de los planes de Abe no es instaurar un objetivo de inflación o anunciar programas de inversión grandilocuentes. Al fin y al cabo, no sería la primera vez que Japón se fijara esos objetivos de política monetaria o esos planes multimillonarios de inversión, luego siempre incumplidos. Lo que verdaderamente puede constituir un game-changer en esta historia es que, para cumplir esos objetivos, Shinzo Abe está dispuesto a acabar con la sacrosanta independencia del Banco de Japón y unificar la política monetaria y la política fiscal bajo una misma dirección, la suya, con un fin: acabar con la deflación, y mediante una estrategia: la monetización del déficit.

Es decir, que por primera vez desde los años 80, hay en Japón un tipo que está dispuesto a tomar el toro por los cuernos y afrontar en serio la resolución de sus problemas económicos, echando mano incluso de medidas no convencionales como el recurso a las máquinas de impresión de dinero.

Por supuesto, la jugada no está exenta de inconvenientes y riesgos. La pérdida de independencia de una institución monetaria nunca es una buena noticia. Además, Japón, con una deuda pública equivalente al 220% de su PIB, no presenta precisamente una situación fiscal boyante, que digamos. No habría que descartar que en estas circunstancias los mercados dejaran de considerar un activo tan seguro a la deuda pública japonesa, con el correspondiente incremento de sus costes de financiación.



Pero también hay ventajas. Como Ben Bernanke siempre ha dicho, la efectividad de una política destinada a combatir la deflación debe contar con dos ingredientes indispensables y combinados, la política monetaria y la política fiscal. Esta percepción ha permitido a EEUU actuar en consecuencia y evitar caer en algunos de los errores en los que cayó Japón.

Que ahora el país asiático esté dispuesto a rectificar el rumbo y monetizar deuda para acabar con dos décadas de deflación y de caída en el valor de los activos (la cotización del Nikkei es hoy un 70% inferior a la de finales de los 80) es algo realmente novedoso en la economía mundial.

Los riesgos son considerables, pero Japón, que ya ha sido adelantada estos años por China y en la próxima década las dos principales potencias van a aumentar considerablemente su distancia con el país del sol naciente, no puede permitirse otra década de estancamiento.

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