domingo, 9 de diciembre de 2012

Mario Monti

La democracia es sin duda el mejor de los sistemas políticos conocidos, y creo firmemente que no hay verdadera democracia sin representación política. Pero el experimento Monti, vivido por Italia en los últimos 13 meses y ahora a punto de concluir, debería llevar a muchos politólogos a reflexionar aún más a fondo sobre estas cuestiones.

Tras la espantada de Silvio Berlusconi en noviembre de 2011, Mario Monti asumió las riendas del Gobierno de Italia por orden directa del directorio europeo, sin elecciones de por medio. Un tecnócrata no elegido por los ciudadanos tomaba las riendas de la tercera economía del continente. Muchos se echaron las manos a la cabeza, la crisis se estaba llevando por delante no solo la economía sino la democracia en Europa.

En el momento en que Monti asumió el poder, el país estaba al borde del colapso. La prima de riesgo había superado los 600 puntos y se encontraba en niveles en los que otros países habían sido rescatados, aquí en España (cuya prima de riesgo era 150 puntos más baja que la de Italia) el Gobierno de Zapatero trataba de distanciar los destinos de uno y otro país para no verse arrastrado por la posible caída de Roma, y todo el mundo coincidía en que Italia era sin duda el mayor peligro para la supervivencia del euro.

Nada más llegar Monti se nombró a si mismo a un tiempo primer ministro y ministro de economía, y embarcó a su país en un frenético programa de reformas denominado "Salva Italia". En Madrid, Mariano Rajoy tardó unos meses en comprender que no era ya el candidato del PP, sino el presidente de un Gobierno que tenía que tomar decisiones desde el minuto uno. Solo siete meses después de la llegada de uno y otro al poder, en junio de este año, las tornas habían cambiado 180 grados. España era la gran amenaza europea, e Italia temía el contagio español. La prima de riesgo italiana era ya 100 puntos más baja que la española.

No solo eso, en la cumbre europea de finales de ese mes, el tecnócrata se reveló como un político de pura raza y fue capaz de torcer la voluntad de su mentora alemana con un farol de poker que abrió la puerta a una futura unión bancaria, que hoy día, aún con retrasos y recelos, se está conformando como el principal pilar en la estrategia de resolución de la crisis europea. Se podría afirmar que las dos personas que más han hecho en el último año por el sostenimiento del proyecto político y económico europeo son italianas, y las dos se llaman Mario. Uno es presidente del BCE, y el otro es primer ministro de Italia.


Cierto, no todo ha sido de color de rosas para Monti estos meses, ni mucho menos. Las duras medidas que ha tenido que adoptar han generado mucho descontento entre sus conciudadanos.  La diferencia fundamental estriba en que nunca prometió algo distinto. Monti no es un político, ni hizo campaña con un programa que luego haya incumplido, simplemente se ha dedicado a decirle a los italianos la dura verdad, sin preocuparle las consecuencias políticas que sus actos pudieran tener en el electorado, porque no pensaba presentarse de todas maneras a ningunas elecciones.

Tampoco ha traído, podrán argüir otros, ni la recuperación del crecimiento ni la creación de empleo. Italia se contraerá este año un 2,3%, y el desempleo ha crecido tres puntos en un año. Pero no se puede olvidar el contexto de recesión en que se halla Europa entera, y la especial sensibilidad de la economía italiana a la evolución de sus socios comerciales. Porque Monti puede ser un gran gestor, pero no es el mago Merlin.

Por todo ello, se ha producido en estos meses una gran contradicción en Italia. Mientras Italia recuperaba la confianza de los mercados y de sus socios comunitarios, mientras Roma reconquistaba una posición central en la cocina de las grandes decisiones de Bruselas, los ciudadanos italianos veían cada vez con menos confianza la gestión de su Gobierno. 


Claro que, para un país en el cual el populismo de sus líderes está detrás de muchos de sus males actuales, por una vez no está mal que se haya prestado más atención a la gestión eficaz que a la satisfacción de las masas.

Porque este hombre, al que no le tembló el pulso para atacar la posición de monopolio de Microsoft en los años 90, se ha atrevido también a intentar meter mano a los grandes lobbies corporativos y a las castas profesionales que tanto frenan el crecimiento del país transalpino. Hasta se ha atrevido con la Iglesia, tema tabú en Italia. Con razón muchos italianos tienen motivos para estar cabreados con Monti...

A partir de ahora, y una vez conocida la renuncia irrevocable del primer ministro una vez que se consigan aprobar los presupuestos del año que viene, y el anuncio del regreso de Silvio Berlusconi como candidato a las próximas elecciones de primeros de año, no está nada claro hacia donde se van a dirigir los destinos del país en el más inmediato futuro, si se mantendrá la senda de rigor de estos meses o se volverá a las andadas (lo cual para Rajoy no es necesariamente malo). Lo que es seguro es que esta mañana habrá que agarrarse, porque en los mercados vienen curvas. 

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