jueves, 18 de octubre de 2012

Secesión

Encuentro mucha gente últimamente muy preocupada por la deriva soberanista que está experimentando Cataluña, y ante la posibilidad que en futuro inmediato podamos llegar a afrontar escenarios hasta ahora considerados tabú por parte de muchos, como una posible secesión del territorio catalán respecto de España.

Comparto la preocupación, pero no los escenarios apocalípticos en que muchos los enmarcan. En primer lugar, considero que el brote independentista no es en modo alguno exclusivo de nuestro país, no constituye una rareza en el panorama europeo actual.

Si miramos un poco a nuestro alrededor, veremos que Escocia acaba de firmar un acuerdo con el Gobierno de Cameron para celebrar un referendum para decidir sobre su independencia respecto del Reino Unido en 2014. También, que los flamencos independentistas, partidarios de una desmembración de Bélgica en dos estados, acaban de arrasar en las elecciones municipales y conquistar ciudades como Amberes. No es la primera vez que en el norte de Italia escuchamos voces que hablan de soltar lastre porque consideran que todo el territorio más abajo de Roma es un país distinto al suyo, pero estas opiniones se están reavivando últimamente.

¿Y qué nos dice todo esto? Pues que quizá todas esas pulsiones independentistas, desencadenadas en un mismo momento, obedecen a razones que no tienen estrictamente que ver con el ansia de soberanía de algunos pueblos, sino con otras más prosaicas. Más concretamente, con la crisis económica de proporciones históricas que estamos viviendo actualmente.

Porque todos esos territorios tienen en común ser regiones ricas, que cuando vienen mal dadas en el país al que pertenecen, sienten que tendrían la posibilidad de evitarse algunas de las penalidades que están sufriendo si no tuvieran que contribuir económicamente a mejorar la situación de otras regiones integrantes del mismo Estado.

Es, en definitiva, una cuestión de egoísmo. Cuando la tarta es grande, todos somos muy solidarios, porque sabemos que hay para todos. Cuando se reduce considerablemente, entonces cada uno se preocupa principalmente por conservar su pedazo del pastel.

Y esta es una reacción lógica. No se produce únicamente entre territorios de un país, sino, a un nivel micro, lo vemos en el día a día de muchas empresas y particulares. Seguramente, si trabaja en la dirección financiera de una compañía, habrá comprobado cómo hoy en día se han perdido todos los escrúpulos, cierto savoir faire que pudiera existir hasta hace unos años en la actividad económica diaria, ha desaparecido, dando paso a una ley de la jungla donde cualquier jugarreta está permitida, bajo la premisa de comer o ser comido. Lo mismo que los trabajadores han tenido que comprobar cómo empresarios que presumían de compromiso y valores morales no dudan ahora en utilizar todas las herramientas legales a su alcance para despedir lo más barato posible.

¿Qué quiero decir con todo esto? Pues que es importante encontrar la forma de dotarnos de un diseño institucional que permita acomodar a las distintas partes constitutivas del país de una forma más eficaz que hasta ahora. Pero que ni el mejor diseño institucional posible nos lograría inmunizar, en un momento como el actual, de determinadas pulsiones separatistas, dada la configuración de nuestro país como un conglomerado de pueblos.

Y que por ello, la forma más eficaz de combatir esas fuerzas centrífugas (aparte de evitar la adopción de posturas ultramontanas como las asumidas por algunos, y seguir el ejemplo de los ingleses, siempre tan prágmaticos) es apostar por políticas que contribuyan a una superación de la situación de crisis económica actual. Es decir, otra razón de peso para pedir el rescate en Bruselas cuanto antes.  

No hay comentarios:

Publicar un comentario