miércoles, 30 de enero de 2013

Proyecto Sartre

En España siempre se ha defendido que los miles de millones de euros que a lo largo de los años nos hemos gastado en construir las líneas de AVE eran una inversión de futuro, quizá no la más rentable, eso está claro, pero al menos sí era una apuesta por el medio de transporte que supuestamente iba a dominar el mundo en este siglo. En unas ciudades congestionadas como las que vivimos, la opción del coche ha ido presentando cada vez más inconvenientes: más atascos, más polución, más coste económico, menos tiempo para leer o hablar por teléfono.

Es cierto que en áreas desarrolladas y muy congestionadas, como Europa o Japón, ya no se venden tantos coches como antes. En el continente europeo se han vendido en 2012 12 millones de coches, el mínimo en 17 años, y cuatro millones menos que hace cinco años. En Japón están muy contentos por haber recuperado este año las cinco millones de unidades vendidas, todavía bien lejos de los 6,3 millones que se vendieron en 1992, hace justo 20 años. No toda la caída de ventas tiene que ver con la crisis. Muchos mercados de automóvil en países desarrollados están al borde de la saturación, sus poblaciones cada vez tienen una media de edad más alta, y sus coches, una media de edad más baja.

Todo esto podría hacer pensar que la industria del automóvil está en declive. Y sin embargo, esto no es necesariamente así. Primero, porque si hay regiones del mundo donde el automóvil ha alcanzado ya todo su potencial, en otras todavía tiene un gran recorrido por delante. De hecho, estos días hemos conocido las ventas mundiales de coches en 2012, y éstas han marcado nuevos récords, gracias al buen comportamiento de EEUU y los mercados emergentes. En 2011 se fabricaron en todo el mundo 80 millones de vehículos, y en 2012 previsiblemente se habrá superado esa cifra. De esos 80 millones, 18 de fabricaron en China, que hace 10 años solamente ensamblaba 2 millones de automóviles.

Y segundo, porque ahora resulta que los avances tecnológicos que se están empezando a aplicar en el sector del automóvil están cambiando por completo las perspectivas de esta industria, hasta el punto que ya no esté nada claro que llenar nuestro país de costosísimas líneas de alta velocidad sea siquiera una inversión de futuro.

No me refiero solo al proyecto de coche sin conductor de Google, aunque sin duda esta idea tiene el potencial de revolucionar por completo el concepto del automóvil que tenemos hoy día. Si los aviones vuelan en una parte considerable del trayecto con piloto automático, ¿por qué no pueden hacerlo los coches? Las ventajas en reducción de accidentes y en consumo de combustible son evidentes.

Pero hay algunos que, mientras esa tecnología termina de estar plenamente disponible, están apostando por avanzar en nuevas ideas que, asociadas a tecnologías que sí están a nuestra disposición hoy en día, permiten imaginar un concepto de conducción completamente distinto a lo que hemos vivido hasta ahora. Es, por ejemplo, el modelo de conducción en convoyes, o "platoon driving" que se está desarrollando en proyectos tan fascinantes como el Sartre (Safe Road Trains for the Environment), auspiciado por Volvo, financiado por la Unión Europea y dirigido por la empresa británica Ricardo.



¿En qué consiste Sartre? Pues básicamente, es un sistema por el cual un conductor profesional lidera una fila de coches, conectados inalámbricamente entre sí, que, utilizando tecnología avanzada de autoconducción, consigue que éstos se manejen solos y el conductor pueda despreocuparse del volante y dedicarse a hablar por teléfono, comer o  leer una novela. ¿Les parece ciencia ficción? Pues ya ha sido probado, y con éxito, en varias autopistas europeas, también en España. Observen este video.

Tanto construir AVEs y resulta que el futuro podría estar en los convoyes... Eso sí, en Sartre participan varias compañías tecnológicas punteras, entre ellas, dos españolas, una catalana, Applus Idiada, y una vasca, Tecnalia. Una prueba más del falso cliché que supone afirmar que en nuestro país más allá del ladrillo no hay nada.

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